UN HOMBRE SIN PASADO

 

 

 

 

Se apoltrona en un elegante sillón bergère y destina el tiempo a pensar sobre su existencia. Si bien es cierto todos comentan que es un milagro que esté vivo y consideran el hecho como si hubiese vuelto a nacer, sin embargo, para aquel hombre no es nada agradable vivir sin recordar su pasado.
 
No recuerda los rostros de las personas que lo visitan y demuestran un especial afecto. Tampoco está conforme con los exámenes que le practican a diario en uno de los mejores centros neurológicos de la ciudad, y a pesar de estar consciente que el único objetivo que persiguen es lograr su completa recuperación, es imposible evitar que se sienta como si fuese una rata blanca de experimento: minuciosamente examinada en un laboratorio.
 
Es terrible cuando al despertar cada mañana la angustia se apodera de su mente, hoy desnuda de recuerdos. Infructuosamente busca en quien confiar las inquietudes que le atormentan, pero ahora desconfía hasta de su propia sombra. Se siente incómodo con el entorno de esa casa, toda vez que dista mucho del concepto que en la actualidad tiene sobre la vida y, pese a saber que el accidente es la causa de su estado, no concibe cómo siendo el mismo individuo, su forma de pensar haya variado sobremanera. Por  momentos su desesperación se torna inmanejable y requiere ser calmado con una fuerte dosis de sedantes.
 
Después de mucho cavilar ingresa al estudio en el que, antes de que ocurriese el nefasto accidente, pasara largas horas encerrado entretenido en su hobby: la pintura al óleo. Luego de observar con detenimiento cada rincón, se avergüenza por la impudicia de los cuadros e impacta con el retrato de una mujer con ojos seductores y en la vaguedad de sus recuerdos evoca a su mala madre, quien lo abandonara cuando apenas era un niño.

Convertido en un hombre sin pasado y disconforme con aquel hábitat, decide mudarse a una pequeña habitación ubicada en la zona más precaria de la ciudad. Para sobrevivir se dedica a pintar retratos en la plazuela y diariamente a la misma hora, una envejecida mujer se le acerca para dejar a su alcance una canastilla con comida. Sin explicarse el porqué, cada vez que le agradece tan generoso gesto, queda en extremo turbado con los ojos seductores de la dama, a quien no conoce.