LA CABAÑA DEL PLACER

 

 

 

 

Nuestro encuentro aconteció en una rústica y aislada cabaña situada en el claro del bosque, donde el fin de semana pasado disfrutamos de dos días maravillosos e inolvidables.

Recuerdo que en cuanto advirtió mi llegada, se incorporó de la hamaca y con mucha alegría me brindó una cálida bienvenida. Desde el primer instante que lo vi, quedé seducida por su porte varonil y arrolladora personalidad que siempre lo distinguió. Me aproximé a él y percibí el embriagador aroma de su perfume. Me abrazó con firmeza y besó mi boca con cariño. Sentada en un rústico sofá, contemplé cómo acomodó la leña para encender la chimenea, fuego que luego nos alumbró como único testigo de nuestro ritual de amor.

Tomamos un aperitivo y con el fin de relajarnos, decidimos darnos juntos un baño de burbujas. Sin prisa me desnudó, con él hice lo mismo. Inmersos en el agua nos miramos, nos deseamos mas no llegamos a tocarnos, sólo imaginábamos los momentos de pasión que con euforia viviríamos. Resbaló con suavidad el jabón por todo mi cuerpo. Deslizó sus manos espumosas, me acarició ansioso y encendió mi piel. Mis manos jabonosas juguetearon entre sus piernas y el casual roce con su pene, provocó de inmediato su erección.

El fuego de la pasión corrió desbocado como pólvora por nuestras venas y el deseo apremió los sentidos. Los corazones se agigantaron y latieron enardecidos, intuyeron que el especial ritual había comenzado. Permanecimos sentados frente a frente sobre la tupida alfombra. Los cuerpos desnudos se calentaron con el calor proveniente de la chimenea. Se me acercó y besó mi boca con extremada pasión, siguió por el cuello, los senos y succionó los pezones, apuntaló mis hombros y sus varoniles manos me acariciaron. Envuelta en una vorágine de sensaciones besé su cuello, sus hombros, mis labios mordisquearon sus tetillas y mis manos se detuvieron bruscamente al tocar su pene erecto.

Me incliné, acerqué la boca a su glande, mi lengua lamió el fruto que despertó mis deseos y que luego besé con pasión. Mis manos se adueñaron de sus testículos, acariciándolos con suavidad entre mis labios. Advertí en sus ojos que estaba embriagado de placer y clavando su mirada en la mía, se dió cuenta qué es lo que deseaba con locura que me bese. Se volteó, besó mis muslos, separó mis piernas y percibí su aliento caliente que se acercaba cada vez más, hasta que sentí su lengua, sus labios, su boca en mi carnoso clítoris, gozando de un placer paradisíaco.

Engolosinados seguimos besándonos en tan placentera posición, hasta que mi cuerpo extasiado de placer coronó con un explosivo orgasmo. De inmediato me penetró muy lentamente y al sentir su erecta virilidad dentro de mi ser, continué en pleno gozo. Fundidos en una sola carne prosiguió incansable con firmes movimientos, hasta que su cuerpo sudoroso alcanzó el clímax y vertió su ardiente lava, quemando mis entrañas.

Desnudos y complacidos nos contemplamos con cariño. Teníamos la felicidad reflejada en el rostro, porque nuestros extenuados cuerpos gozaron a plenitud.